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Gula y frugalidad en La portentosa vida de la muerte

23.03.2012 20:43

 [1]  “Nada del hombre me es ajeno” dice el dicho,[2] y así podría también decir la literatura. Ya sabemos que sus temas recurrentes son el amor, la muerte, los conflictos, en una palabra, la vida. Pero hay algo básico para que el hombre se mantenga en pie: los alimentos. ¿Cómo aparecen en la literatura?

            Primero analicemos un poco sobre ellos. ¿Qué tal un mole de olla o una humeante taza de chocolate? Los alimentos son indispensables para el ser humano, de ellos recibimos los nutrientes que necesitamos para subsistir. Pero como todo en esta vida, los extremos son peligrosos. Lo que nos llevamos a la boca, además de regular nuestro metabolismo y mantener las funciones fisiológicas de nuestro cuerpo, también cumple una función psicológica, la de satisfacer y obtener sensaciones gratificantes. De acuerdo a la definición de alimento, éste lo es cuando esos dos fines se cumplen simultáneamente.

La literatura ha tratado sobre este tema. Muchas son las obras en las que de diversas formas aparecen los alimentos, sin ir muy lejos podemos encontrar excelentes platillos en el Quijote, en donde podemos leer, “una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino por añadidura los domingos”.[3]

En una obra literaria mexicana, cuyo título abreviado es La portentosa vida de la muerte, escrita por fray Joaquín Bolaños en 1792, el capítulo VIII está dedicado a explicar que el género humano, al dar rienda suelta a la gula y no conocer otro Dios que su vientre, se llena de tantas enfermedades que cada año crece el número de muertos.[4]

En el siglo XVIII, “el siglo de los cocineros, de los bodegones, del ocio, de la abundancia de los caldos buenos y generosos”,[5] los métodos, las herramientas y los ingredientes en la cocina, tenían el propósito de mejorar el sabor y presentación de los platillos. Se seleccionaban las mejores especies: “clavo, comino, almendra, pimienta, azeytuna, pasa, canela, ajonjolí, alcaparias, tornachiles, aniz y algunas libras de orégano y de culantro, [así como] carnes para los asados y otras fritangas”;[6] se mandaban proveer con abundancia las despensas y se disponían multitud y variedad de guisos “tan suaves al olfato como deliciosos al gusto”,[7] que despertaban la gula más dormida. El arte culinario, en ese entonces, logró los resultados deseados, satisfacer tanto al cuerpo como provocar el placer psicológico.

En esta obra la Muerte celebra un conciliábulo con el Apetito para poblar cuanto antes su reino. El Apetito se declara ante ella su ministro y consejero y le dice que pondrá todo su empeño para que aquélla logre sus objetivos.  Este personaje (el Apetito) para asistir a la reunión con la Muerte, se preparó leyendo a “los mayores hombres del universo”, médicos y filósofos, “así griegos como latinos”, en los que halló a todos “de un mismo sentir, afirmando de común acuerdo que la gula es el origen de todas las enfermedades, y […] carroza ligera para llegar quanto antes a las orillas del sepulcro”.[8]

Entre los filósofos griegos encontramos a Epicuro y a Zenón. El hombre epicúreo es un hombre en busca de felicidad y en la ética propuesta por el de Samos, el fin de la vida humana es procurar el placer y evitar el dolor, pero de manera racional, es en otras palabras, evitando los excesos, ya que éstos llevan a la larga al sufrimiento. Los deseos, dice Epicuro, pueden ser de tres tipos: naturales y necesarios, naturales y no necesarios, no naturales y no necesarios. Entre los primeros se encuentra precisamente alimentarse, pero sólo lo suficiente, no cabría aquí la exageración. Entre los segundos se encuentra también la comida pero aquella superflua ya sea por cantidad o de lujo,[9] por ejemplo, un plato de frijoles con tortillas puede nutrir y satisfacer al cuerpo tanto como codornices en salsa de pétalos de rosas.

Por otra parte, el estoicismo declara que existe un orden a la vez natural y racional de las cosas y que “el bien consiste en el acuerdo pleno del individuo con ese orden”. Zenón de Citio manifestó que la moral sigue el mismo orden. De ahí que debamos vivir según la ley de la razón o conforme a la naturaleza. Entre los principios de este sistema de pensamiento se dice que el vicio es una manera de obrar inconsecuente y brutal, una debilidad que, menospreciando la razón, se abandona a instintos inferiores, y que la virtud es la que nos puede asegurar un estado de tranquilidad (apatheia).[10]

Estos dos griegos dan gran importancia a la frugalidad, no porque debamos vivir entre estrecheces, sino para estar tanto menos preocupados por lo que nos rodea, como exentos de los malestares que nosotros mismos infligimos a nuestro propio cuerpo. Igual sostiene Cervantes en su gran obra: “Come poco y cena más poco; que la salud de todo el cuerpo se fragua en el estómago”.[11]

Actualmente –como en el siglo XVIII de Bolaños y en el XVII de Cervantes y en los siglos a. C.–, los problemas de salud causados por el exceso en la comida, representan un alto porcentaje en las enfermedades. La obesidad, un serio problema en el mundo occidental, incrementa la posibilidad de desarrollar una serie de enfermedades muy penosas y difíciles de tratar. Hay una estrecha relación entre salud y ética. En La portentosa… Bolaños trató de exhortar a los hombres “a reflexionar sobre el inminente fin del ser humano”[12] y su forma de vivir.

Pero el trato de los alimentos en la literatura, no sólo es mostrado desde una mirada ética, también es revelado en su relación con el erotismo. Una excelente anécdota de preparación de comida la encontramos en otra obra literaria mexicana, y bastante vendida por cierto, Como agua para chocolate, de Laura Esquivel,[13] en donde el lavado, el cortado, el adorno, la trituración, la cocción y el asado se mezclan para mejorar olores, sabores, colores. En esta novela, la sazón, es decir, la medición, la preparación y la perfecta combinación de ingredientes para crear los platillos, es fundamental. Por ahora baste sólo la mención, pues tema tan terrenal, alimentos, erotismo y amor, da para largo.

Y podemos seguir, por ejemplo, con el caso de la privación de alimentos que puede conducir a la inanición, lo que supone la ausencia de víveres: hambre y hambruna. También los escritores la han sufrido  ¿Recuerdan las “Nanas de la cebolla” de Miguel Hernández? Un triste poema que el autor dedicó a su hijo a raíz de la carta que recibió de su mujer, en la que le contaba que no comía más que pan y cebolla.[14]

Imposible concluir sobre un tema tan cotidiano en la vida de las personas. Pero ustedes pueden encontrarlo excelentemente tratado en grandes obras literarias, así como en la escritura creativa local. El chiste es que se acerquen a los puntos de vista de cada autor, lo cual les retribuirá seguramente con gratos y conmovedores puntos de vista.



* Artículo publicado en Cuadernos Fronterizos, Ciudad Juárez, UACJ, Número 22, Primavera del 2012.

[2] Terencio: Homo sum, humani nihil a me alienum puto.

[3] Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha. RAE, Madrid, 2005, p. 27.

[4] Joaquín Bolaños, La portentosa vida de la Muerte. El Colegio de México, México, 1992, pp. 141-146.

[5] Ibid., p. 144.

[6] Ibid., p. 143.

[7] Idem.

[8] Ibid., p. 144.

[9] Epicuro citado por Josu Landa, Seminario de Éticas de Crisis y de Fronteras. UACJ, Ciudad Juárez, 6 de mayo del 2011.

[10] Ibid., 13 de mayo del 2011.

[11] Miguel de Cervantes, Op. cit., 872.

[12] Blanca López de Mariscal, “Introducción” en Joaquín Bolaños, Op. cit., p. 36.

[13] Laura Esquivel, Como agua para chocolate. Planeta, México, 1990.

[14] Miguel Hernández, “Nanas de la cebolla” en Antología de Literatura Hispánica Contemporánea (antologadora, Matilde Colón). UPR, Puerto Rico, 1984, p. 165.

 

Presentación de la antología 2, Letras al margen

12.11.2011 17:35

Estamos aquí para hablar de la reciente publicación de Letras al margen, un libro que reúne a los integrantes de un grupo con intereses en la escritura. Muchos de los aquí presentes conocen y mantienen amistad con los autores de esta obra, así que comentemos pues algo sobre creación literaria.

            Un texto se califica de literario cuando su lenguaje es literario.  ¿Y cuál es la característica de lenguaje literario?, la artificialidad, con ellos nos referimos a la forma. El fondo es el tema, la historia que el autor ha decidido tratar. Entre la forma encontramos tanto estructura como figuras retóricas. Un ejemplo muy claro de estructura es la medida de los versos y su orden en estrofas. No suena igual un verso de ocho sílabas, como en el corrido, que uno de once sílabas. El ritmo en el primero es más común, popular, en el segundo es más grave. Pero, en el caso de la escritura en verso, no es suficiente la medida, requiere de formas novedades de decir las cosas, cómo se habla de emociones y de sentimientos cuenta. En el caso de la escritura en prosa, aunque la medida es el renglón, los artificios también incluyen ritmo y figuras.

            Si analizamos los textos de Haros que aparecen en esta antología, nos daremos cuenta que hay aciertos retóricos. El primero, titulado “De la historia de Delgadina”, nos remite de inmediato a la canción de Delgadina. Nos encontramos ante una variación literaria. Y si ya existe la historia en una canción que viene desde la época colonial, ¿cuál es la gracia de nuestro autor?, pues que va más profundo en la historia y narra el terrible momento, desde que ella y su madre caminaban orgullosas del brazo del padre y esposo, respectivamente, hasta su muerte. El artificio literario que predomina en la historia contada por Haros, es la prosopopeya, figura retórica que consiste en atribuir acciones y cualidades propias del ser humano o de los seres animados, a objetos o abstracciones, o a los seres irracionales las características racionales del hombre. Están personificados los pasos, las nubes, el amanecer, las lágrimas, la mirada, las paredes… Da la impresión de que en esta turbia historia, el único ser racional es Delgadina.

            En el siguiente texto, “Antes que se me olvide…”, el principal rasgo es el elemento metaficcional. Hay en él una reflexión sobre la escritura. Las marcas son abundantes: escribir, leer, nombre, registro, cuaderno, pluma, tinta, páginas, inspiración y dibujos. La historia ya la leerán ustedes. “Entre mis dos tierras” nos anuncia desde el mismo título, la contraposición que marca a todo le texto, por ejemplo, “anhelando la llegada del hijo ausente” y “espera la partida del hijo ausente”. Contrarios son la partida y la llegada, cuna y raíz como sinónimos de comienzo que de inmediato nos adelantan el fin, la muerte; o desierto/montañas. Por último, en su poema “Extraño” también contiene artificios propios de la escritura creativa: primero, la escritura en verso, luego las repeticiones; el mismo título alude a la naturaleza polisémica del lenguaje literario, ya que puede leerse tanto como un adjetivo masculino o una forma verbal conjugada en primera persona del singular.

            Quiero también mencionar el cuento “Las corcholatas” de Carla Solís, una triste historia, y frecuente. Dos perfectos personajes, un albañil y un estudiante, y un mismo anhelo. Y parece que los estudiantes son preferidos por Carla, porque también aparecen en “Con olor a vainilla”. Ella toma los pequeños actos cotidianos para contarnos historias sencillas, familiares.

            Podría seguir aquí, hablando de cada uno de los autores, pero no está bien que los canse, ya ustedes los leerán y tendrán sus propias opiniones.

            Para concluir, quiero decirles que esta segunda antología, titulada Letras al Margen, es una muestra de la diversidad de los integrantes de la Sociedad de Escritores de Ciudad Juárez, tanto en estilos como en géneros, en ella encontrarán relatos, poesía, reflexiones, hasta el género epistolar. Se trata de diez y siete autores festejando su décimo aniversario como grupo. Eso son las 163 páginas que componen este libro. ¡Enhorabuena, señores!

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Presentación de la antología 2, titulada Letras al margen (Juan Amparán Rodríguez, coordinador). Ciudad Juárez, Sanborn´s Las Misiones, 7 de la tarde.

Éticas de crisis y de frontera

04.06.2011 19:36

Cuando leía el texto de Josu Landa para la sexta sesión del Seminario Ética de crisis y de frontera, y llegué al punto en el que se dice que el verdadero sabio es aquel que repulsa toda demagogia, me pregunté si estas mis palabras pudieran dejar de ser pronunciadas para con ello asegurarme que no guardaban en lo más profundo un sentido demagógico; pero seguí leyendo y unas páginas más adelante encontré la aseveración de que Epicuro “entendía que sin paz, sin una concordia mínima, sin un control de los pequeños y grandes poderes en pugna, no es posible una sociedad en la que se desenvuelva una vida humanamente digna”, también leí que la unión de quienes comparten intereses teórico-prácticos, radica en la amistad entre iguales o afines. Doy por sentado, por lo tanto, que estamos aquí, como iguales y con afinidades en común, que un cierto amor nos une.

         “Estos consejos y otros similares, medítalos noche y día en tu interior y en compañía de alguien que sea como tú”, así dice Epicuro en su Carta a Meneceo, y cada noche de esta semana los meditaba yo, ahora lo hago en compañía, la de ustedes. Su regla de cuatro tiene la intención de ayudar a curarnos de las enfermedades de que se duele nuestro ethos, a decir, temer irracionalmente a alguna divinidad, temer a la muerte, temer al dolor y a otros fenómenos.

¿Cuál es la trascendencia de la propuesta ética de Epicuro?, ¿de qué le sirve a las personas una propuesta ética? Pues simple y sencillamente para saciar esa necesidad humana de hallar un lugar en el orden cósmico, pero debemos intentar encontrarlo, no mediante creencias infundadas, sino a través del conocimiento, y este filósofo nos dice que las sensaciones, nuestra mente, los sentimientos, el mismo lenguaje, la anticipación inductiva, la analogía y la argumentación nos ayudan a adquirir ese conocimiento, es decir, Epicuro pretende ofrecernos una imagen racionalista del mundo, para que aceptemos lo admisible y para que descartemos lo rechazable.

Si en aquel tiempo, en el que suponemos que sabían menos, en el que el conocimiento adquirido era menor, ya afirmaba este filósofo que la distancia entre los dioses y los hombres es tan grande que resultaba absurdo suponer un interés de ellos en nosotros, con mayor razón debemos en nuestro tiempo suponer lo mismo. El avance de la ciencia ha corroborado de alguna manera esas ideas epicureistas. Veinte y cuatro siglos después de él, contamos con más indicios para echar por tierra nuestra pretensión absurda de pensar que la naturaleza, que el mundo, haya sido dispuesto por una divinidad para deleite de los humanos.

Por otra parte y según él, la dinámica general del mundo es una concatenación de causas y efectos, uno de nuestros actos producirá un fruto, pero un acto distinto dará origen a una consecuencia diferente. En esto se basa nuestro autor para rechazar un determinismo o destino. Si aceptáramos la existencia de un destino, estaríamos renunciando a la libertad, seríamos prisioneros de una vida ya dada. Por ese motivo, es razonable pensar en un solo ejemplo. Suponiendo que un hombre joven asiste a una reunión en la que se encuentran varias mujeres, él tiene la oportunidad de acercarse a una o a otra, e iniciar una relación que lo lleve al matrimonio. Nunca será su vida lo mismo si está con una que con otra. Sin embargo, no estoy tan segura de que haya tanta libertad, me parece que más bien se trata de una cierta libertad, la que permite la propia naturaleza.

Epicuro dice, en su intento por argumentar a favor de nuestra libertad de elección, que dentro de los componentes de toda la materia, hay corpúsculos que se salen de su movimiento habitual. Sin embargo, yo creo que a esa hipótesis suya le hace falta una explicación mucho más profunda y amplia.

Lo respetable es que en esta forma de pensamiento es más importante la forma de vivir que la cantidad de días por vivir. Así, es mejor vivir cada día serenamente, con tranquilidad, con intensidad, profundamente. En ese cómo radica nuestra libertad, pues nuestra facultad para razonar nos permite conocer, sentir, juzgar y, a fin de cuentas, decidir.

Si consideramos que algunas cosas tienen realidad física y otras son producto del pensamiento del hombre, y que por ello las primeras se clasifican como concretas y las segundas como abstractas, concordaremos en que la justicia no se encuentra ni entre las piedras ni en el agua ni en el aire ni en ningún rincón de nuestro mundo, sino que tiene su existencia en nuestras ideas, tal como Epicuro lo plantea en sus “Máximas capitales”. De acuerdo con él, “lo justo es el símbolo de lo conveniente para no causar ni recibir mutuamente daño”. De tal suerte, y como lo dice Josu Landa, “se diría que no hay una justicia natural”, lo cual pone de manifiesto que solamente nuestra razón es la condición necesaria para articular un orden social a través de un pacto.

         Si aún es válida para los hombres esa idea de justicia, es decir, la convivencia social como una convención, sería adecuado reflexionar entonces en qué tipo de pacto es el que actualmente mantenemos entre nosotros para vivir en comunidad. Parece que la justicia se da más donde cada individuo menos agrede y menos es agredido. Contrariamente, sabemos de grupos de personas cuyo comportamiento casi nos parece irracional. Por lo cual, la razón nos sirve también para pactar y respetar lo pactado, en aras de una convivencia sana y armoniosa. He ahí por qué Epicuro dice que en el uso de la razón estriba la vida civilizada.

Quizá el hombre ha olvidado la evolución de que ha sido objeto, y no se para a pensar en que hace ya varios miles de años, no era el hombre que es ahora. Antes fue un ser primitivo y como tal, su existencia era más sencilla, más natural; conforme pasaron los siglos el sistema de vida se complejizó y durante todo ese tiempo fuimos “coleccionando” necesidades no naturales que ahora no podemos desechar y mucho menos de golpe y porrazo, nos sería muy difícil vivir sin servicios, sin televisión, sin celular, sin adornos, tanto de nuestra persona como de los lugares en los que pasamos la mayor parte de nuestro día –casas, oficinas–, sin facebook, por dar sólo algunos ejemplos, al menos nuestra justificación para no intentar un modo de vida más sencillo alude a esa dificultad.

Pero en esa cultura más compleja, en la que se generó abundancia y lujo, se olvidó que las necesidades naturales de las personas son mucho más fáciles de satisfacer que las que ahora creemos nos son indispensables. Éticamente, en una vida sencilla hay mayor posibilidad de vivir en paz y en armonía, tanto con la naturaleza como con nuestros congéneres.

Creemos, así mismo, que debido al avance en las vías de comunicación y tecnológico, nos hemos acercado más a los otros, y sin embargo esto es paradójico, pues constantemente vemos gente reunida comiendo y cada uno en otro asunto a través de su teléfono móvil, menos atento en convivir con quienes tiene delante. Si como se plantea en este sistema de pensamiento, “el placer es el principio y el fin de una vida feliz”, entonces deberíamos hacer un alto en el camino para pensar en esa teoría del placer pero como ausencia del dolor, del sufrimiento y de la aflicción. Comer una ración moderada para saciar el hambre, eliminará de nuestro cuerpo cualquier sensación de alteración. Sin embargo, ingerir una cantidad abundante de alimentos sólo provocará en nuestro cuerpo pesadumbre y molestias.

Como sucede en nuestro físico, sucede en nuestra mente. ¿Cuántas veces estamos afligidos, turbados? ¿Qué de obsesiones nos aquejan? ¡De actos irracionales están plagados los periódicos y noticieros! Esos actos fueron las consecuencias de preocupaciones, también irracionales. Todo ello evidencia dificultades éticas complicadas. Quizá estos tiempos sean el momento justo para que veamos, como dice Landa y creían los filósofos antiguos, a la filosofía como una terapia del alma. ¿Cómo reaccionamos ante nuestros deseos? ¿Cuáles de ellos son naturales y necesarios y nos liberan de un dolor o de un sufrimiento, al satisfacerlos? ¿En qué nos excedemos? ¿Qué no necesitamos? Quizá sea cierto que nos sería suficiente contar con las condiciones económicas y sociales mínimas. No se trata de ir contra la ley de la vida, no podríamos, sino simplemente de mantener el equilibrio entre el dolor y el placer, teniendo en cuenta que los momentos de dolor son breves, pues la satisfacción se logra sin mucha dificultad si tenemos un control de nosotros mismos.

Ser cautos ante nuestros deseos desmedidos, sobre todo de cosas innecesarias, aprender a conformarnos con poco, sería conveniente, sobre todo en situaciones como la que ahora vivimos en nuestra ciudad. Una preparación ética nos ayudaría enormemente y nos acostumbraría a estar preparados durante los escenarios de bonanza pero también, y sobre todo, para los momentos amargos. Liberarnos de las ideas que nos inquietas nos traerá tranquilidad a nuestros días.

Recientemente me enteré de un artículo en una revista que habla sobre un programa de ayuda alimentaria para grupos de refugiados en algunas partes del mundo. Uno pensaría que alguien que no puede satisfacer su necesidad de alimentos, no tendría un teléfono celular, pero sorprendentemente, se habla de que nada más en África hay 379 millones de usuarios ¡en el 2009!, el continente más pobre. Bien, pues casi 130 mil refugiados en el mundo, que acudieron por la ayuda que brinda el programa mundial de alimentación de las Naciones Unidas, contaba con ese aparato.

Ya para terminar y antes de abordar el tema que tan hermosamente es tratado por Epicuro, el de la muerte, permítanme leerles un grupo de versos de Elías Nandino, que están relacionados con los cuatro elementos que entre los griegos se decía, constituían los cuerpos y que se disgregaban al morir:

 

NOCTURNO CUERPO

 

Cuando de noche, a solas, en tinieblas,

fatigado de no sé qué fatiga

se derrumba mi cuerpo y se acomoda

a la impasible superficie oscura

que le sirve de apoyo y de mortaja,

yo me tiendo también y me limito

al inerme contorno que me entrega,

a la isla de olvido en que se olvida.

 

Separado de él y en él hundido

recuerdo que lo llevo todo el día

[…]

pero al mirarlo así, sin distinguirlo,

indiferente en su actitud de piedra,

[…] yo lo percibo como […]

cómplice de un destino que no entiendo,

[…]

Y por eso al sentirme dividido

y a la vez por su molde aprisionado,

analizo, sospecho, reflexiono

que sus muros endebles que me cercan

son fuego en orfandad, tierra robada,

agua sujeta en venas sumergidas

y aire sin aire arrebatado al aire;

que soy un prisionero de elementos

en honda combustión, que están buscando

fundir los eslabones que los unen

para volver a la pureza intacta

del sitio universal donde eran libres:

la tierra pide su reposo en tierra,

el aire, su acrobacia transparente,

el fuego, la delicia de su llama,

y el agua, la blancura de su hielo,

su cauce o el prodigio de ser nube.

Coincido con Josu en que “uno de los más fuertes obstáculos para la felicidad [o por lo menos para la tranquilidad, agregaría yo] es el miedo a la muerte”. Si usamos la razón y leemos con calma, podríamos coincidir en que la muerte es, efectivamente, la desintegración de los cuerpos y por lo tanto nuestra muerte no la podremos experimentar, y si nuestra propia muerte no nos puede doler, ¿a qué tanto sentimiento irracional? Por ello, más valioso se torna vivir la vida un día a la vez.

El árabe y el español

29.05.2011 16:57

Hay de palabras a palabras, como por ejemplo, almohada, café, fulano, limón, mezquino, naranja, paraíso, rehén, rincón, sandía, zanahoria y zoquete. Hay palabras que nos gustan, es decir, que nos parecen bonitas, ya sea por su escritura o por su sonido o por lo que significan. Atrás de los vocablos antes mencionados hay una larga historia de más de mil quinientos años. Su historia se origina en el siglo V, cuando el último emperador romano murió. Entonces comenzaron las invasiones bárbaras, que concluyeron con el final del reinado visigodo en el siglo VII, cuando llegaron los árabes a la península ibérica. La lengua en el imperio romano era el latín, y aunque el estado se haya derrumbado, la lengua continuó siendo usada por los hablantes. Pero los individuos al entrar en contacto con otros de distinta lengua, inevitablemente ‘contaminan’ su propio idioma, adoptando vocablos. Así nació la lengua romance, el antiguo latín se incrementó y se modificó durante esos primeros años. Con el arribo de los moros también aparecieron expresiones que contenían palabras como algodón, almohadas, alfombras, jofainas y alcohol. La gente compraba telas de color azul o carmesí, alfileres, tazas, jarras, azucenas, almíbar y hasta azúcar en los almacenes, a pesar de las elevadas tarifas. Los alcaldes y los albañiles pretendían a las muchachas y les regalaban azahares y alfajores. Cuando los árabes necesitaban algo, oraban a Alá, diciendo: ¡Oh, Alá!, y nuestros antepasados españoles empezaron a decir ohalá, ojalá. Muchos vocablos españoles surgieron del contacto con los moros. He ahí por qué entre las palabras más hermosas del idioma español, figuran voces árabes.

El enfoque por competencias en el sistema educativo

23.11.2009 20:32

La educación, como otros temas de sumo interés para el ser humano, está en constante reflexión, sobre todo por parte de las personas encargadas de diseñar los programas de estudio, así como de los mismos académicos que se encargan de llevarlos a cabo. Nunca antes como a finales del siglo XX, nos hemos visto en la necesidad de una revisión profunda de los métodos y objetivos de la enseñanza; necesidad provocada por la tendencia generalizada de los mercados y de las empresas a extenderse, alcanzando una dimensión que sobrepasa las fronteras nacionales. La globalización, nombre con el que conocemos ese proceso, nos ha obligado a revisar la pericia, la aptitud y la idoneidad que tenemos para hacer algo, es decir, qué tan competentes somos para realizar una labor.

Pero al mismo tiempo que revisamos nuestras capacidades, también nos apremia a reflexionar sobre la educación que los muchachos reciben en las escuelas. ¿Egresan los alumnos con las competencias necesarias para moverse en un mundo globalizado? Puesto que los tiempos cambian, es necesario enfocar el asunto de la educación desde diversos ángulos. Precisamente uno de ellos es el enfoque por competencias.

 

Antecedentes

Los antecedentes de esta corriente en la educación aparecen a finales de la década de 1960, dentro del Departamento de Estado, en los Estados Unidos. Ahí se encomendó a David McClelland, un estudio para la contratación de jóvenes que pudieran laborar en el Servicio Exterior. McClelland, para cumplir con la investigación encargada, trabajó con dos grupos de diplomáticos: uno con desempeño evidentemente superior, y otro de contraste, con desempeño promedio y que sólo cumplía con las expectativas del puesto. McClelland identificó que lo que diferenciaba a ambos grupos eran las competencias de uno y otro, es decir, el conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes necesarias para desempeñar sus funciones con base en un estándar.

Posteriormente y de manera separada a McClelland, en 1971, Benjamin S. Bloom, de la Universidad de Chicago, en sus investigaciones, determinó tres dominios o áreas del comportamiento humano en las que se puede clasificar el aprendizaje:

cognoscitivo (saber hacer)

psicomotor (poder hacer)

afectivo (querer hacer).

De tal forma que al hablar de aprendizaje, hablamos de un proceso interno a partir del cual se adquieren conocimientos, se desarrollan habilidades y se modifican actitudes que conducen, en conjunto, a un cambio de conducta o comportamiento.

Con los trabajos, tanto de McClelland, como de Bloom, se tuvo el fundamento para definir el concepto de competencia. Así, una competencia es igual a una función que se debe desempeñar.

            La corriente del enfoque por competencias en la educación comienza a manifestarse en México en 1995. Desde entonces, nos hemos movido en una educación que pretende impulsar un aprendizaje basado en competencias. Pero ¿a qué se refiere todo esto? Hablar de competencias es hablar de la necesidad de que los estudiantes sepan hacer algo dentro del mercado laboral, pero también de que lo puedan hacer y de que quieran hacer ese algo.

 

Formación por competencias

Ahora bien, ¿qué debemos hacer para formar a los estudiantes con base en las competencias? Primeramente, y como se muestra en la siguiente gráfica, debemos identificar en qué debe ser competente una persona para un determinado trabajo. Siguiente paso, debemos tener claro y por escrito el estándar, es decir, qué debe saber y cómo lo debe hacer. Si el alumno quiere, y por esa razón acude a la universidad, porque quiere, debemos realizar entonces un diagnóstico para saber qué sabe y qué no sabe. De esa información obtendremos la diferencia entre lo qué sabe y qué debe saber. Los esfuerzos de una educación basada en las competencias se enfocan a reducir hasta convertir en inexistente esa distancia entre ambos puntos.

 

 

La formación con el enfoque de competencias es una vía para la actualización y el acercamiento del sujeto de la capacitación a las necesidades del ambiente empresarial o institucional, ya que una de las más constantes críticas a los sistemas de formación radica en su alejamiento de las reales y cambiantes necesidades del trabajo.

Este debate le impone a la educación el desafío de ser capaz de superar el papel preponderantemente transmisor de conocimientos y habilidades para asumir el de:

generar competencias,

capacidades laborales,

adaptación al cambio,

raciocinio,

comprensión y solución de situaciones complejas;

en suma: una formación que se oriente a la generación de competencias, en la cual la persona posea el conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes necesarias para desempeñar una función con base en un estándar o modelo definido por los organismos que han creado los puestos de trabajo.

 

El proceso enseñanza / aprendizaje

En los ambientes escolarizados son dos figuras las que intervienen en este proceso, una la que enseña y otra la que aprende, por lo tanto, se debe tener cuidado en cómo y qué se enseña, cómo se aprende y cómo el que enseña trata de lograr que el que aprende adquiera el conocimiento. Primeramente, es prudente realizar la siguiente segmentación del proceso de las tareas por enseñar:

  1. Análisis del proceso de trabajo, es decir, del proceso de enseñanza-aprendizaje
  2. Determinación de las tareas a enseñar
  3. Segmentación de unidades de aprendizaje

Una vez lograda la adquisición del conocimiento, se hace necesario revisar los dos siguientes puntos en el aprendizaje:

  1. Observación planeada del trabajo
  2. Identificación de comportamientos erróneos

De esta forma, podemos identificar más fácilmente un posible fallo y desde ahí se retoma el proceso.

 

Método de los cuatro pasos

Hay un método infalible para lograr la formación por competencias, consistente en cuatro pasos:

  1. Preparar (introducción del estudiante a la actividad)
  2. Presentar (el trabajo, cómo se hace, verbal, visual y manual) (decir y hacer)
  3. Poner en práctica (que lo diga y que lo haga)
  4. Continuar (que lo vuelva a hacer)

El primero de los pasos es básicamente una exposición. Se le platica al alumno la actividad que aprenderá a realizar. Enseguida se le presenta ese trabajo: el maestro le dice cómo se hace al mismo tiempo que el maestro va realizando la acción. Los siguientes dos pasos corren a cargo del estudiante. Ahora él realiza la actividad al mismo tiempo que le dice al maestro cómo se hace. El cuarto y último paso es continuar, repetir la actividad, con lo cual nos aseguramos que ésta se ha entendido, que se sabe hacer y que sólo bastará tiempo para que el alumno la domine.

            Es muy importante que notemos que durante el tiempo del proceso, nuestros sentidos están completamente involucrados, ya que requerimos de los ojos, los oídos, las manos y de la voz, y no dudemos que nuestro olfato también nos indique, en algunas tareas, si las cosas avanzan bien o no.

Existen algunas recomendaciones para una enseñanza satisfactoria:

  • Tiempo suficiente para los preparativos.
  • Hacer una copia, tanto de los materiales visuales como escritos.
  • Eliminar los elementos de distracción.
  • Mantener contacto constante con los aprendices.
  • Hacer la presentación de forma directa y con sinceridad.
  • Usar adecuadamente el material de apoyo, que sea armónico con el desarrollo de la exposición.
  • Usar sólo las palabras necesarias, en otras palabras, evitar la verborrea.

Como podemos ver, éstas son sugerencias de sentido común. La aplicación del sentido común permite la adquisición más completa y rápida de las competencias buscadas.

 

La planificación

Por otra parte, es adecuado hacer la planificación para la enseñanza, ¿qué debemos hacer?, ¿en qué consiste hacer una planificación?:

  • Determinar lo que necesitan aprender
  • Formular el objetivo
  • Considerar

                        tiempo disponible para cada sesión

                        las instalaciones disponibles

                        los conocimientos y habilidades previas de los participantes

                        ¿está interesado en los conocimientos, en las habilidades y en las actitudes?

  • Organizar el material

                        qué es lo que saben los participantes

                        qué es lo que deberían saber

                        qué es lo que podrían aprender

                        ordenar en secuencia lógica las ideas:

                        desde lo conocido hasta lo desconocido,

                        desde lo simple a lo complejo,

                        desde lo concreto a lo abstracto.

  • Redactar el plan (curso de Planeación Didáctica)
  • Preparar y comprobar los materiales de apoyo (curso Técnicas de enseñanza/aprendizaje)
  • Evaluación

Como podemos notar de los puntos anteriores, para una plantación didáctica real, es decir, útil y práctica, debemos tener elaborados el programa y la carta descriptiva. Debemos también, tener una buena noción de las técnicas de enseñanza-aprendizaje, en otras palabras, saber cuándo es oportuno elaborar un mapa conceptual, cuando es más adecuado un trabajo colaborativo, cuándo la lectura comentada y así sucesivamente. Cada materia que impartamos requiere de diversas técnicas, por una parte; por otra, es indispensable una buena organización de tiempos y actividades. Todo eso, en conjunto, nos dará resultados satisfactorios.

 

Niveles del aprendizaje

Existen seis niveles de aprendizaje, dentro de las tres áreas que describió Bloom. La cognoscitiva se refiere al saber, la afectiva a querer y la psicomotora a poder hacer. Las tres se tienen que cumplir para que haya un cambio de conducta y la persona sea competente o muy competente en su trabajo.

 

 

Cognoscitivo

Afectivo

Psicomotor

1

Conocimiento

 

identificación

y memorización

Recepción

 

aceptación

y sensibilización

Respuesta guiada

 

imitación bajo supervisión

2

Comprensión

 

capacidad de explicar

con sus palabras

Respuesta

 

convencimiento

y participación

Continuidad de respuesta           

 

habilidad elemental, ejecución bajo supervisión

3

Aplicación                  

 

capacidad de trasladar

la teoría

a situaciones prácticas

Valorización

 

integración

de la conducta

Operación                        

 

ejecución sin ayuda,

con habilidad elemental

4

Análisis

 

distinción de lo esencial, organización de las ideas, capacidad de inferir, adaptación de métodos

o sistemas

Organización

 

adopción permanente

de la conducta

Mecanización

 

dominio

5

Síntesis

 

creación, organización, selección de procedimientos, elaboración de proyectos

Caracterización

 

promoción

de la nueva conducta

 

6

Evaluación

 

nivel de crítica e investigación, adaptación y desarrollo

de teorías,

juicios y valoraciones

 

 

 

saber hacer

querer hacer

poder hacer

 

Como podemos notar en esta tabla, cada materia requerirá llegar a uno de estos niveles, mientras más mecánica sea la actividad a enseñar, más pronto el alumno logrará el dominio. Cuando estemos ante actividades de investigación científica, se requerirá una mayor profundidad y la inversión de más tiempo.

 

La evaluación

El proceso de evaluación por competencias se realiza de la siguiente manera. Una vez que hemos formado a nuestros estudiantes en ciertas competencias, debemos recolectar las evidencias de su aprendizaje, es decir, hasta ese momento, ¿cómo realiza la actividad? Lo adecuado es tener evidencias de ese desempeño: en producto y conocimientos. En palabras más sencillas, le pedimos que nos diga cómo se hace y que nos muestre que lo sabe hacer. Una vez hecho lo anterior, comparamos esas evidencias contra la norma escrita. En ese momento nos preguntamos ¿alcanzó las competencias requeridas? Si ya es competente, entonces, lo registramos en el sistema de información para que se le expida su certificado (boleta, título, etc.).

 

 

Pero, si aún no es competente entonces debemos establecer las necesidades de capacitación, formación y desarrollo para alcanzar la competencia. Y efectuamos las acciones de formación.

El proceso de evaluación requiere de por lo menos tres pasos:

  • Un diagnóstico del estado actual de la competencia.
  • La integración del portafolio de evidencias
  • Y la emisión del juicio de competencia, resultado de la comparación entre las evidencias recopiladas y el desempeño.

El diagnóstico, de todos es sabido, lo obtenemos al inicio. De ahí partimos para saber, desde dónde empezamos con ese grupo determinado.

Por lo que hace a la integración del portafolio de evidencias, éstas se pueden ir recolectando en el transcurso del semestre, sobre todo, si fraccionamos el conocimiento, lo que permite ir supervisando el avance o para, en caso necesario, retroceder en el proceso para no esperar hasta el final.

Evidencias para evaluar competencias

 

Evidencias

Métodos

Instrumentos

conocimientos

cuestionamientos

examen o entrevista con guía de entrevista y lista de verificación

desempeño (habilidades)

observación simulación

Reporte

producto (experiencial)

reportes documentación

testimonio de testigos, indicadores, documentación generada por el evaluado, etcétera.

 

Hay tres niveles de evaluación, el primero se refiere a los conocimientos, el segundo a sus habilidades y el tercero a su experiencia. Por ejemplo, en una clase de Lectura y Redacción se puede llevar a cabo un examen para saber qué y cuánto sabe un alumno de acentuación; pero no basta con que sepa de memoria las reglas de acentuación, también es necesario que en la práctica sepa cuáles palabras llevan tilde y cuáles no. Cuando la persona sea capaz de revisar y corregir la acentuación en tu texto, será porque tiene experiencia.

 

Conclusión

Formar en competencias requiere que el alumno sepa, pueda y quiera hacer algo. La educación constructivista nos ayuda, es decir, es la manera, el método, las herramientas, para lograr que el estudiante sepa, pueda y quiera hacer ese algo. Es importantísimo tener claro que la formación mediante el enfoque por competencias no está peleada con el constructivismo, son, más bien, complementarias; pero si la formación en la que el alumno construye su propio conocimiento y domina actividades, tanto manuales como intelectuales, es vasta, aunque sea muy hábil también será muy crítico. Esto tiene que ver con la formación superficial, cuando la persona domina su actividad, respeta procedimientos y sigue manuales, y con la formación profunda, cuando el ser humano cuestiona para qué llevar a cabo tal o cual actividad y se pregunta si el procedimiento puede ser modificado.

Deliberaciones sobre ética

21.06.2009 19:56

El mundo atraviesa por un momento que no había visto antes, debido a la explosión demográfica, el avance científico y tecnológico sin aparente finalidad de hacer mejores a los seres humanos, y las ideas sobre un gobierno democrático y el respeto irrestricto a los derechos humanos. En este planeta globalizado, en el que lugares y productos están más al alcance de la mano de los individuos, y en el que no se han erradicado las diferencias –que parecen cada día más amplias–, las diferencias entre personas han tomado un cariz violento. La gente en algunos países puede vanagloriarse de un estilo de vida que para muchos otros, sólo es un sueño.

Existe indiferencia hacia nuestros semejantes, de tal suerte que, no sólo no nos interesa el niño huérfano de Afganistán o los pequeños desnutridos de África, sino que tampoco es notoria la amabilidad de los que se cruzan en nuestro camino diariamente, o la tolerancia a quienes piensan  distinto. Circulamos aislados, con el menor contacto posible o cumpliendo con las normas de convivencia mínimas, y las aplicamos sólo con aquellos con quienes nos interesa quedar bien. La persona que no representa una utilidad en nuestra vida, es mantenida lejos o, ya de plano, ignorada. Efectivamente, ¡somos tantos los seres humanos que habitamos en la Tierra! que es imposible conocerlos, o siquiera imaginarlos, sus rostros, sus casas, sus sueños.

Este ambiente con una tendencia en espiral de producción y consumo y con problemas graves de convivencia, se ha convertido en un asunto preocupante para los organismos dedicados a buscar el equilibrio y la concordia mundial, como la UNESCO. Cada vez existe un mayor interés en la educación y en la ética que promuevan el respeto y la responsabilidad en los asuntos relativos a la conservación del ambiente, la justicia y equidad social. Las universidades han escuchado esta preocupación y están examinando cuál es su responsabilidad en la formación de los individuos.

La ética tiene que ver con formas de vida, de ser, la ética es un asunto de hábitos, de prácticas. La reflexión sobre nuestras prácticas y algunas de nuestras posibles nociones normativas nos lleva a preguntarnos si podemos incidir en la formación ética del estudiante, pero además, ¿quiénes tienen alguna responsabilidad en esa formación? Si recordamos que precisamente el mundo globalizado exige que los estudiantes universitarios egresen con conocimientos, destrezas, habilidades y actitudes necesarios para materializar un desempeño del individuo en diversos contextos, también debemos tener presente que hay una carga de incertidumbre, es decir, existen contextos “inéditos” en los que las personas deberán desenvolverse. En otras palabras, casi estamos obligados a cumplir eficazmente con labores en espacios y formas aún desconocidas.

¿Qué papel juega la praxis ética?, si es que juega algún papel. Hablamos de un reglamento universitario, de los planes de estudio, de los perfiles de ingreso y egreso y, además, de una disposición personal. Dentro de esa práctica ética existen unos conceptos básicos: las reglas, los principios y la libertad. El primer término tiene que ver con los mandatos definitivos y sus consecuencias. Los principios están estrechamente relacionados con los mandatos de optimización. Y la libertad, tomando sólo un enfoque –de acuerdo con la declaración de los derechos de los hombres, emitida durante la Revolución Francesa–, hacer todo lo que uno quiera que no dañe a otro.

Hablar entonces de ética, es reflexionar, no valorar. Siguiendo con nuestra meditación. Sócrates decía que el que ve el bien simplemente no puede dejar de hacerlo. La ética antigua giraba alrededor de la virtud, la moderna gira alrededor de las normas que rigen nuestra conducta. Si nos preguntamos qué es lo bueno, en el sentido moral, veremos que la ética nos da una respuesta teórico-explicativa y la moral nos responderá de forma normativa.

La reflexión ética nos encamina por dos vertientes: una, ayudar a distanciarnos de nuestra propia moral para pensar críticamente, y dos, conceptualizar sobre la naturaleza de la moral. Respecto a este último punto, nos enfrentamos a la moral natural y a la moral positiva. Hay quien habla de una tercera, la moral crítica o ideal, sin embargo, también puede ser tomada no como una tercera sino como el paso necesario para la distancia crítica.

Entonces, ¿cómo orientar el comportamiento ético en contextos de incertidumbre?: En sus Lecciones de ética, Kant sugirió que debemos actuar de manera que nuestras acciones formen parte de una ley universal. Para ello basta con una pregunta: ¿Qué debería hacer cualquier persona que esté en mis circunstancias? Así las cosas, podemos afirmar que no hay ética sin moral. Y quizá una ética universal no tenga qué ver con normas sino con principios. Es posible también afirmar que lo que hagamos por conservar la vida tiende a lo éticamente aceptable, consecuentemente, el respeto a la vida es el límite entre lo aceptable, lo benéfico, y lo inaceptable, lo negativo. Tomar la vida del otro marca la degradación de lo ético.

La reflexión sobre la ética sirve para que nosotros mismos sepamos cuál es la concepción del hombre que tenemos, es decir, sobre la concepción que de mí mismo yo tengo. Y de ahí llegamos a pensar dónde concluye el espacio privado y se invade el público o cómo lo público se relaciona con mi privacidad y la de los demás.

Como de alguna manera todos buscamos la felicidad, el bienestar, la respuesta a esa búsqueda moderna dice que no cualquier medio es permitido. Sin embargo, no podemos ignorar el utilitarismo que no considera al hombre como fin sino como medio; y por otra parte, también debemos considerar el consumismo en el que estamos envueltos. En un momento dado y a pesar de nuestros principios, debemos sopesar la circunstancia de mayor peso para tomar una decisión que no dañe o dañe lo menos posible a nuestro prójimo.

¿Qué tipo de ética, entonces, es la que rige el mundo en el que vivimos?

 

_____________

Artículo surgido a partir del curso tomado con el maestro Gilberto Vargas, dentro del programa Saberes, en invierno del 2010. Publicado en Cuadernos Fronterizos, Ciudad Juárez, UACJ, Número 12, Año 4, Verano del 2009, p. 5.

La poesía de nuestras emociones

20.03.2009 15:14

Cuando leemos, lo hacemos porque nos gusta el texto que tenemos ante los ojos. Si es uno mismo quien se acerca un libro, la decisión de que sea ése y no otro, tiene que ver con nuestra propia vida, es decir, con nuestros deseos y nuestra experiencia.

            Los libros nos conmueven, nos hacen recordar, todos, no importa el género ni la disciplina. En esa lectura está puesto algo de nosotros mismos. Esto vale por supuesto y con mucha mayor razón, para la literatura, y hablamos en este caso de novelas, cuentos, teatro, poesía. Pero leer poesía es todavía un acto de mayor intimidad, por ser la subjetividad, en una amplia gama de emociones, una de las principales características de este género literario.

            Precisamente en este libro al que ahora me refiero, la voz poética nos habla de uno de los sentimientos más terribles y personales: el dolor, el sufrimiento, y nosotros nos identificamos con esa voz porque el pesar es una de las pasiones que une a los seres humanos. Todos, más tarde o más temprano, pasamos por situaciones llenas de aflicción, cuando el dolor nos toma completos, mente y corazón cargados de tristeza.

            La muerte de alguna de las personas más cercanas a nosotros, de aquellos que muchas veces no sabemos cuánto amamos hasta que los perdemos, interrumpe nuestra vida diaria y en ese momento intuimos que nada será igual, que algo ha cambiado. Cuando eso sucede, el cuerpo sufre y parece que nuestros lamentos no terminarán. La muerte siempre es una tormenta repentina que no da tiempo de resguardarse. Sentimos que esa corriente súbita arrastrará todo, hasta nuestra cordura; no encontramos asidero, algo que nos haga sentirnos en tierra firme. El lastre del dolor parece matarnos a nosotros también.

            Perder a quien amamos nos sume en un calvario emocional. Nos preguntamos qué ha padecido aquel a quien nuestro amor no fue suficiente para proteger. Sabemos que esos últimos días, los momentos finales, tuvo que luchar solo contra quién sabe qué dolores, tejiendo el capullo que finalmente lo asfixia; sumergiéndose en la oscuridad que nada, ni el amor, ni la compañía, ni la compasión pueden ayudar a disolver. La muerte cuelga de su cuerpo, la muerte, rabiosa, lo acecha.

             En esos tortuosos momentos de nada sirven los lazos que nos atan a ellos, la muerte empuja el tiempo que nada ni nadie puede detener. El ser que amamos está indefenso, como si siguiera órdenes, como desahuciado, como animal herido.

            Una vez que vemos el cuerpo amado casi sin vida, como durmiendo sin soñar, dejado a su propia fuerza, a su propia posibilidad de reparación, no nos queda nada más que la esperanza; esperar que los ángeles o alguien superior venga a aliviarlo. Cuando a los médicos ya no les queda nada por hacer, entran nuestros rezos para ayudar, confiamos en la palabra de Dios, pero él a veces no quiere hablar. Sucede entonces, que su cuerpo y su mente no se entienden más.

            Luego sigue el tormento, lavar el cuerpo, preparar los lienzos. Se envejece durante la noche. Una vez en el templo, con el alma en pedazos y el corazón doliente, se acerca la despedida definitiva. Por instantes el dolor es tan profundo que el pánico se apodera de nosotros y deseamos seguir a quien nos deja.

            A esto le siguen las noches, cada una detrás de la otra, noches acompañadas de oscuridad, de llanto, de desesperanza, cuando deseamos que esa persona que ya no está, nos deje en paz, que nos permita dormir, porque el dolor de no tenerlo es más grande que nuestras fuerzas; cuando buscamos dormir como única forma para no pensar, para no llorar, para no extrañarlo, para que no nos duela en la cabeza y en el pecho.

            Después los días, sin ganas de disimular el dolor. Que si se les ve una sombra en los ojos, que si debimos estar cerca, que si un gesto hubiera bastado. El miedo nos toma presos y vivimos como fantasmas, como visión quimérica de los sueños o de la imaginación. Pensamos en lo impensable, en lo que quizá pudimos hacer y no hicimos, en lo que debimos decir y no dijimos… pero a estas alturas ya no hay remedio, sólo nos queda el suplicio, las punzadas en el estómago, la congoja y la desolación…

            Extraviamos sus rasgos, olvidamos el timbre de su voz y nos preguntamos por el color exacto de su mirada. Recurrimos entonces a las fotografías y regresamos a los rincones y a los pasillos a llorar, o a olvidar.

            Cuando las sombras se vuelven apacibles, se desvanecen, el dolor le da paso a la tristeza: sobrevivimos a la devastación. Aunque así parezca en ese instante eterno de dolor, no podemos vivir por siempre amputados, débiles, bramando en la ausencia que nos ha quedado. Intentamos una vida nueva, distinta.

            El río vuelve a su cauce y aquí estamos.

            Precisamente, de todo esto nos habla Jorge de la Parra: de los seres amados, de la agonía, de la muerte, del dolor. Su poesía nos une con nuestros semejantes, con los hombres de todos los tiempos, a través del pesar y de la pena, del arrepentimiento de culpas cometidas o no, de nuestras queridas y cuidadas verdades, de nosotros mismos.

            Cuando los astros se alinean es el primer poemario de Jorge de la Parra del Valle,[1] salido a la luz en el 2008. Jorge se ha presentado en diversos partes del país: en septiembre en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes; durante el mes de marzo en el Museo de las Culturas del Norte en Casas Grandes, Chihuahua; ahora en el teatro Octavio Trías de este Centro Cultural Paso del Norte, en Ciudad Juárez; también se presentó en Querétaro, en el Teatro de la República; en el Centro Cultural de España en la ciudad de México, y pronto estará en Egipto.

            Estamos ante una presentación inusitada. Se lleva a cabo en un teatro o un espacio similar. Hay un moderador, quien primeramente cede el turno de habla a los presentadores, luego al autor: entonces se modifica el escenario, es decir, se retira la mesa y entra un pequeño grupo de música (en Ciudad Juárez fue el cuarteto de cuerdas de la universidad), las luces se apagan y empieza el espectáculo. El autor sale a escena y dramatiza sus poemas. Si ustedes tienen oportunidad de asistir a la presentación de su poemario, no se la pierdan, verdaderamente es extraordinaria, inusual, acompañada de música y luces.



[1] Jorge de la Parra del Valle, Cuando los astros se alinean. Escriba editores, México, 2008.

La crisis constante del ser humano

22.06.2006 15:27

[1][2]Hubo una época conocida ahora como el momento de la Cultura Clásica, en la que el pensamiento filosófico floreció. Desde entonces y quizás antes, el hombre se ha preguntado qué lugar ocupa dentro del universo. En su actividad filosófica el ser humano especula. Sus explicaciones sobre su destino las encuentra dentro o fuera de sí mismo, justificaciones que parten de las llamadas objetividad y subjetividad, partes que se tocan, linderos propios del hombre.

            De esta suerte, en la antigua Grecia, la finalidad de la filosofía política griega era la conservación de la ciudad, de la vida pública social y la protección del patrimonio mediante un proceso de negociación. Esa finalidad estaba fundada en la creencia de una vida social natural al hombre. De ahí que se considerara la convivencia en grupo como la forma ideal de vida. El mismo Pericles aceptaba la diferencia, aprobaba la migración y el desarrollo de las capacidades individuales. Todo el fundamento de la vida social y política era por consecuencia, la educación; una educación liberal con finalidades de orden moral, con la existencia de una ciencia autónoma, fundada en la práctica de la filosofía fuera de la religión. Es con los griegos que aparece la autonomía del pensamiento, independiente de la religión y emancipado de la antropomorfización.

            Sin embargo, ninguna justificación dura para siempre y hubo de aparecer un grupo de individuos, llamados sofistas, entre los que se encontraban algunos filósofos, uno de los cuales fue Sócrates. Estos sofistas con su método basado en la dialéctica, aducían que la cultura se centra en el humano, en su razón, y alegaban que un argumento se puede relativizar y lo más grave, convertirse al absurdo. Lo que llevó a un ambiente de mucho escepticismo. De esta manera podemos considerar que los sofistas actuaron como la parte disidente, hacen entrar en crisis a la razón misma, por lo tanto, no hay un sentido último.

            Pero al hombre no le gusta sentirse perdido en la inmensidad del tiempo y del espacio e insiste en querer saber qué es lo que lo trasciende, qué permanece. Para contestar cuestiones tan legítimas, Platón habla de un mundo de las ideas, busca encontrar un bien último de belleza y de justicia. Sin embargo, pese a su esfuerzo de explicación, su pensamiento se ve confrontado con el de Aristóteles, quien plantea que se tienen que desarrollar una serie de ciencias, incluida la política. De esta forma, se enfrenta una crisis que se manifiesta en dos líneas: el escepticismo y el estoicismo. Lo que queda del estoicismo es la relación del humano con Dios, como una búsqueda de armonía interna. Y el escepticismo, como una suspensión del juicio.

            Toda esta crisis sacó del mundo las posibilidades de la justicia y del bien, y el hombre entonces los busca en un ser extramundano, a quien se le denomina con el nombre general de Dios. El problema es ahora: ¿Cómo se puede conocer la voluntad de Dios? La razón no nos lo puede decir, se apunta entonces a la fe.

            Durante la Edad Media predomina la fe, pero finalmente aparece de nuevo la crisis, ahora en un intento de conciliar la fe y la razón. Es entonces cuando empiezan a aparecer elementos que indican un cambio social. Ahora la sociedad ya no es espacial sino también temporal, una sociedad caracterizada no por el consumo sino por la adquisición. Etapa en la cual la política y la religión dejan de ser fines y se convierten en medios, pues los fines son estrictamente materiales. Los valores anteriores se sustituyen por otros individuales. Otra vez el cálculo de la racionalidad económica a través de un método de negociación. Todo se mide con base en el éxito económico.

            Después de pasar la Edad Media, el Renacimiento (y otros momentos filosóficos trascendentales, por ejemplo, con los racionalistas, quienes hablan de las ideas innatas en el hombre, y los empiristas, quienes sostienen que todo conocimiento está basado en los sentidos), hasta Kant, a quien se considera punto de partida para la filosofía moderna, llegamos a la época contemporánea.

            Esta crisis (la de los griegos) que muy probablemente haya sido factor determinante para el nacimiento del Cristianismo (y la del Medioevo, después), se ha mantenido hasta nuestros días. No importa si esas dos líneas (el escepticismo y el estoicismo) van cambiando de nombre, según se modifique el lenguaje, aparezcan nuevas teorías explicativas del ser y se actualicen conceptos. La respuesta a la pregunta, qué lugar ocupa el ser humano dentro del universo, tiene, al parecer, precisamente esas dos tendencias. Una de ellas radica en el mismo hombre, como sujeto, con su propio tiempo y su propio espacio; la otra, tiene que ver con lo externo, un más allá.

            Por una parte dejaron de ser planteados los problemas morales, se relegaron, por otra, los estudios adquieren independencia, el conocimiento vive del patrocinio público, pero la investigación científica depende del patrocinio privado. Ahora se requiere de una buena educación para dar cuenta y explicación de la riqueza de la clase social alta y esa misma educación juega un papel importante dentro de las clases dirigentes. Como el hombre ya está fuera del alcance de la religión y de cualquier otra influencia, libera su conciencia, no como una facultad sino como una propiedad. El hombre ‘huérfano’ ha tenido que ir solucionando las cosas en el mundo.

            Así las cosas, me pregunto qué sucede en estos tiempos. De todo el conjunto formado por la humanidad, exceptuando un bajo porcentaje, podemos decir que la gran masa que la compone, se divide en dos grandes grupos. Aquel que sufre de un gran escepticismo y el que va por el camino estoico. En la actualidad tenemos otra vez dos posibilidades para conducirnos. El asunto arranca cuando en esta sociedad se renuncia a la idea de lo abstracto y se enfrenta, por primera vez, cara a cara, con la ‘realidad’.

            Es ahora cuando vemos esos dos grandes grupos en que se encuentra dividida esta aldea global. Esas ramas se pueden etiquetar con diversos nombres: ricos/pobres, capitalistas/socialistas, idealistas/prácticos o, simplemente, los que se ubican en lo terreno, en el aquí y ahora, y aquellos que quieren creer en una explicación metafísica a su condición actual.

            Todos aquellos que logran alcanzar el éxito material, seguramente han optado por el escepticismo, no cabría otra explicación para su conducta individualista y ese afán adquisitivo que caracteriza a algunas comunidades del primer mundo. Pero, quienes no se encuentran suficientemente bien incrustados en el sistema social actual, y por consecuencia, no disfrutan de nuestro aparente progreso, seguramente tendrán que mantener ideas estoicas para aceptar el lugar que tienen bien determinado en el mundo. No habrá que esperar nada más que un beneficio posterior a esta vida.

 

Conclusión

Otra vez la misma crisis. Dentro de nuestros cuestionamientos buscamos comprender el orden social, pues si no existe un orden, la vida será un hecho injusto. En este sentido, en una ciudad, lugar que representa la vida social, todos los que viven en ella determinan la forma en que sus integrantes se conducirán para que se conserve la armonía dentro del grupo. La formación abarca la educación dentro de los núcleos familiares y la actividad académica. Lo que lleva a la colectividad a conservar un interés público y no privado. Pero como lo llamado objetivo no será sólo lo determinante en el hombre, pues lo subjetivo será irremediablemente parte de él, existe esa lucha constante dentro de sí para indagar su estancia en este mundo. Mientras tanto, tiene que vivir en él y hacerlo de la mejor manera posible. Así pues, la filosofía política nos lleva a ver cómo una sociedad, conformada por individuos, con sus creencias, sus pasiones, sus preguntas y objetivos, se ha ido desenvolviendo y desarrollando.



Texto publicado en Revista de las Fronteras, UACJ, Ciudad Juárez, Número 12, Año 3, 2009.

Texto de reflexión surgido a partir de la clase tomada con el Maestro Ulises Campbell, “Filosofía política” en el Curso Propedéutico para la Maestría en Filosofía. UACJ, Ciudad Juárez, junio del 2006.