Gula y frugalidad en La portentosa vida de la muerte

23.03.2012 20:43

 [1]  “Nada del hombre me es ajeno” dice el dicho,[2] y así podría también decir la literatura. Ya sabemos que sus temas recurrentes son el amor, la muerte, los conflictos, en una palabra, la vida. Pero hay algo básico para que el hombre se mantenga en pie: los alimentos. ¿Cómo aparecen en la literatura?

            Primero analicemos un poco sobre ellos. ¿Qué tal un mole de olla o una humeante taza de chocolate? Los alimentos son indispensables para el ser humano, de ellos recibimos los nutrientes que necesitamos para subsistir. Pero como todo en esta vida, los extremos son peligrosos. Lo que nos llevamos a la boca, además de regular nuestro metabolismo y mantener las funciones fisiológicas de nuestro cuerpo, también cumple una función psicológica, la de satisfacer y obtener sensaciones gratificantes. De acuerdo a la definición de alimento, éste lo es cuando esos dos fines se cumplen simultáneamente.

La literatura ha tratado sobre este tema. Muchas son las obras en las que de diversas formas aparecen los alimentos, sin ir muy lejos podemos encontrar excelentes platillos en el Quijote, en donde podemos leer, “una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino por añadidura los domingos”.[3]

En una obra literaria mexicana, cuyo título abreviado es La portentosa vida de la muerte, escrita por fray Joaquín Bolaños en 1792, el capítulo VIII está dedicado a explicar que el género humano, al dar rienda suelta a la gula y no conocer otro Dios que su vientre, se llena de tantas enfermedades que cada año crece el número de muertos.[4]

En el siglo XVIII, “el siglo de los cocineros, de los bodegones, del ocio, de la abundancia de los caldos buenos y generosos”,[5] los métodos, las herramientas y los ingredientes en la cocina, tenían el propósito de mejorar el sabor y presentación de los platillos. Se seleccionaban las mejores especies: “clavo, comino, almendra, pimienta, azeytuna, pasa, canela, ajonjolí, alcaparias, tornachiles, aniz y algunas libras de orégano y de culantro, [así como] carnes para los asados y otras fritangas”;[6] se mandaban proveer con abundancia las despensas y se disponían multitud y variedad de guisos “tan suaves al olfato como deliciosos al gusto”,[7] que despertaban la gula más dormida. El arte culinario, en ese entonces, logró los resultados deseados, satisfacer tanto al cuerpo como provocar el placer psicológico.

En esta obra la Muerte celebra un conciliábulo con el Apetito para poblar cuanto antes su reino. El Apetito se declara ante ella su ministro y consejero y le dice que pondrá todo su empeño para que aquélla logre sus objetivos.  Este personaje (el Apetito) para asistir a la reunión con la Muerte, se preparó leyendo a “los mayores hombres del universo”, médicos y filósofos, “así griegos como latinos”, en los que halló a todos “de un mismo sentir, afirmando de común acuerdo que la gula es el origen de todas las enfermedades, y […] carroza ligera para llegar quanto antes a las orillas del sepulcro”.[8]

Entre los filósofos griegos encontramos a Epicuro y a Zenón. El hombre epicúreo es un hombre en busca de felicidad y en la ética propuesta por el de Samos, el fin de la vida humana es procurar el placer y evitar el dolor, pero de manera racional, es en otras palabras, evitando los excesos, ya que éstos llevan a la larga al sufrimiento. Los deseos, dice Epicuro, pueden ser de tres tipos: naturales y necesarios, naturales y no necesarios, no naturales y no necesarios. Entre los primeros se encuentra precisamente alimentarse, pero sólo lo suficiente, no cabría aquí la exageración. Entre los segundos se encuentra también la comida pero aquella superflua ya sea por cantidad o de lujo,[9] por ejemplo, un plato de frijoles con tortillas puede nutrir y satisfacer al cuerpo tanto como codornices en salsa de pétalos de rosas.

Por otra parte, el estoicismo declara que existe un orden a la vez natural y racional de las cosas y que “el bien consiste en el acuerdo pleno del individuo con ese orden”. Zenón de Citio manifestó que la moral sigue el mismo orden. De ahí que debamos vivir según la ley de la razón o conforme a la naturaleza. Entre los principios de este sistema de pensamiento se dice que el vicio es una manera de obrar inconsecuente y brutal, una debilidad que, menospreciando la razón, se abandona a instintos inferiores, y que la virtud es la que nos puede asegurar un estado de tranquilidad (apatheia).[10]

Estos dos griegos dan gran importancia a la frugalidad, no porque debamos vivir entre estrecheces, sino para estar tanto menos preocupados por lo que nos rodea, como exentos de los malestares que nosotros mismos infligimos a nuestro propio cuerpo. Igual sostiene Cervantes en su gran obra: “Come poco y cena más poco; que la salud de todo el cuerpo se fragua en el estómago”.[11]

Actualmente –como en el siglo XVIII de Bolaños y en el XVII de Cervantes y en los siglos a. C.–, los problemas de salud causados por el exceso en la comida, representan un alto porcentaje en las enfermedades. La obesidad, un serio problema en el mundo occidental, incrementa la posibilidad de desarrollar una serie de enfermedades muy penosas y difíciles de tratar. Hay una estrecha relación entre salud y ética. En La portentosa… Bolaños trató de exhortar a los hombres “a reflexionar sobre el inminente fin del ser humano”[12] y su forma de vivir.

Pero el trato de los alimentos en la literatura, no sólo es mostrado desde una mirada ética, también es revelado en su relación con el erotismo. Una excelente anécdota de preparación de comida la encontramos en otra obra literaria mexicana, y bastante vendida por cierto, Como agua para chocolate, de Laura Esquivel,[13] en donde el lavado, el cortado, el adorno, la trituración, la cocción y el asado se mezclan para mejorar olores, sabores, colores. En esta novela, la sazón, es decir, la medición, la preparación y la perfecta combinación de ingredientes para crear los platillos, es fundamental. Por ahora baste sólo la mención, pues tema tan terrenal, alimentos, erotismo y amor, da para largo.

Y podemos seguir, por ejemplo, con el caso de la privación de alimentos que puede conducir a la inanición, lo que supone la ausencia de víveres: hambre y hambruna. También los escritores la han sufrido  ¿Recuerdan las “Nanas de la cebolla” de Miguel Hernández? Un triste poema que el autor dedicó a su hijo a raíz de la carta que recibió de su mujer, en la que le contaba que no comía más que pan y cebolla.[14]

Imposible concluir sobre un tema tan cotidiano en la vida de las personas. Pero ustedes pueden encontrarlo excelentemente tratado en grandes obras literarias, así como en la escritura creativa local. El chiste es que se acerquen a los puntos de vista de cada autor, lo cual les retribuirá seguramente con gratos y conmovedores puntos de vista.



* Artículo publicado en Cuadernos Fronterizos, Ciudad Juárez, UACJ, Número 22, Primavera del 2012.

[2] Terencio: Homo sum, humani nihil a me alienum puto.

[3] Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha. RAE, Madrid, 2005, p. 27.

[4] Joaquín Bolaños, La portentosa vida de la Muerte. El Colegio de México, México, 1992, pp. 141-146.

[5] Ibid., p. 144.

[6] Ibid., p. 143.

[7] Idem.

[8] Ibid., p. 144.

[9] Epicuro citado por Josu Landa, Seminario de Éticas de Crisis y de Fronteras. UACJ, Ciudad Juárez, 6 de mayo del 2011.

[10] Ibid., 13 de mayo del 2011.

[11] Miguel de Cervantes, Op. cit., 872.

[12] Blanca López de Mariscal, “Introducción” en Joaquín Bolaños, Op. cit., p. 36.

[13] Laura Esquivel, Como agua para chocolate. Planeta, México, 1990.

[14] Miguel Hernández, “Nanas de la cebolla” en Antología de Literatura Hispánica Contemporánea (antologadora, Matilde Colón). UPR, Puerto Rico, 1984, p. 165.